Me levanto, es domingo, y noto que hoy es un día de
apetencias.
Me apetece. Entro en el cuarto de baño, me aseo
temporalmente, a gusto pero inconclusa. Me miro en el espejo y me sonrío. Me
apetece. Entro en la cocina, preparo un té especial: un té verde, oolong, con
pétalos de rosas, pasas y ron. Mientras lo preparo, la mantequilla ya está
fuera de la nevera, aclimatándose a la temperatura externa, suavizándose su
dureza para que el cuchillo de untar se deslice sobre ella. El té reposa,
preparo la mesa, una mesa bien puesta. Desayuno despacio, porque me apetece.
Silencio, me rodea el silencio.
Recojo, me tumbo en el sofá. Me apetece. Me gusta la luz que
entra a través de las ventanas, estoy contenta, no ha pasado nada en concreto,
pero estoy contenta. Me apetece de repente liarme, ¿liarme?, no sé. En
realidad, me apetece coger una liana, de esas que cuelgan de los árboles,
balancearme con ella y reír. Llegar al río, pantano, estanque, que sé yo, pero
siempre había uno en las películas de Tarzán. Me apetece. Me apetece entonces,
lianarme, eso es, me apetece lianarme, un buen rato, recorriendo un buen tramo
y gritar, Ah, ah, ah!.......que si no lo ha parecido es el grito de Tarzán, y
entonces soltar la liana y caer en el agua. Un cocodrilo a mi espalda, pero le
veo llegar es Tarzán quien me salva. Johnny Weismuler, el tio bueno de la época
decía una vecina, Johnny Weismuler, campeón de natación, decía mi padre, Tarzán
decía yo. Vuelta, otra vuelta, y el cocodrilo fuera de juego flotaba, cuchillo
infalible de Tarzán que siempre llevaba, y yo salvada, y Tarzán con Chita
regresaba.
Me apetece, quedarme en el agua, en otra agua, más limpia,
entre dos azules, de espaldas a la costa, flotando en posición de muerto, entre
dos azules, el del cielo, el del agua, enlazados en el horizonte. Me apetece.
Me apetece mecerme en el agua, sentir el sonido, ese sonido que se divide en
dos, por un lado ajetreo lejano, costa animada, externo, tras de mí, por otro
lado un sonido denso, interno en el agua que me envuelve, rítmico, ¡Ah! Oigo mi
respiración. Me apetece. Me apetece el masaje con que mima mi cabeza el agua en
movimiento constante.
Me apetece, despertar de dicha posición y volcarme hacia
atrás, realizar una circunferencia perfecta con mi cuerpo, en plano vertical
distinguiendo una sección transversal en medio de ese mar.
Me apetece volver a mi sofá, imaginar levantándome y nadar
en el espacio de mi hogar, nadar, que no bailar, porque necesito despegarme y
no andar. Siempre me ha gustado imaginar que nadaba en el espacio, que bordeaba
pilares, que pasaba entre puertas, que cambiaba de dirección. Llegué a pensar
que era capaz de nadar en el espacio, de verdad.
Me apetece. Me noto a mí misma sonriendo, con una sonrisa
labiodental, y me levanto, me acerco al equipo de música, marca Vieta, una
antigüedad heredada que todavía funciona y que un día para mi sorpresa,
encontré expuesto un modelo similar, en una exposición dedicada a aparatos del
hogar en el IVAM. Selecciono un disco, vinilo, 33 revoluciones, lo limpio con
mimo, y coloco en su lugar, va sonar “Edith Piaf”, “La vie en rose”………………………Y
mientras lo escucho, añoro tanto París, mi París……………La canción
termina…….zuuuuu(1) zuuuuuu(2),
zuuuuu(3).
Me voy a la ducha, me paro, y digo: ¡Qué bien ha empezado
hoy el día!
Escrito por LIS
AMÉLIE. En Enero-Febrero
de 2011.
Qué bonito recordar los momentos vividos al escucharlo en la voz de su autora... todo un lujo y una experiencia. Un abrazo.
ResponderEliminarLa canción... ¿qué decir?
Gracias Dani, para mí es un lujo y un disfrute leer para vosotros. Un beso.
ResponderEliminarHola Lis: La vie en rose... una de mis canciones favoritas.
ResponderEliminarParís y yo no nos conocemos personalmente, pero esta ciudad siempre estará vestida en rosa dentro de mí.
Gracias por traerme esta canción.
Un beso
Cris